Mi amigo Eastwood
Cuando era pequeño el mejor momento de la semana era el sábado por la noche. Y lo era porque echaban "Sábado Cine", un programa en el que daban películas clásicas. Recuerdo ver en aquellas sesiones fantásticas, con los ojos como platos, a Víctor Mature luchando contra un león, a Burt Lancaster con su amigo sordo realizando mil y una peripecias escapando de los malos y a Errol Flynn pelenado codo con codo con Pequeño Juán, robándo a los ricos para dárselo a los pobres.
Pero sin duda la presencia que de verdad hacía que me quedase paralizado frente al televisor era la de John Wayne. Su presencia era como al de un árbol centenario, lleno de justicia y razón al que nadie podía doblar jamás. Y así, gracias a "El Duque" nació mi pasión por el western. Pasión que años más tarde reafirmaría el gran Clint Eastwood con aquellas maravillosas películas que tanto despreciaban (y aún desprecian ahora) algunos ignorantes.
Estos días estoy leyendo un cómic que me tiene atrapado que se titula "PREDICADOR", creado por Garth Ennis (guión) y Steven Dillon (dibujo) del que, cuando lo acabe entero, hablaré con más detalle. Se trata de una historia complicada de contar y en la que, además de los 3 personajes principales habitan multitud de secundarios muy interesantes y complejos. Uno de ellos es el Santo de los Asesinos, que no es más que el Ángel de la Muerte versión cowboy y al que le han dedicado un número especial para contar su historia. En este número el prólogo está escrito por el propio Ennis y cuando lo leí me sentí tan identificado que voy a transcribir literalmente un fragmento del mismo. Es como si lo hubiese escrito yo, pero mejor, claro.
"Crecí lejos, muy lejos de América. Supongo que tenía 4 años cuando tuve mi primera impresión, viendo películas el domingo por la tarde en el televisor de mis abuelos. Siempre era un western y siempre lo protagonizaba John Wayne (mi memoria hace tiempo que eliminó a los demás). El Duque era el más grande, una mole de hombre marcado por los desiertos y montañas y praderas por los que viajaba. "La diligencia", Río Rojo", "La legión invencible"... Vi como sujetaba las riendas con la boca y cargaba contra los malos con dos revólveres llameantes ("llénate la mano, hijo de perra!") en "Valor de ley", le vi alejarse caminando desde el portal en "Centauros del desierto", y le vi caer, a manos de Bruce Dern, de un disparo por la espalda en "Los Vaqueros", un acto infame. John Wayne, claro, siempre tenía razón: porque era John Wayne. No podía haber sido más sencillo.
Me hice mayor. Vi a Lee Marvin, Burt Lancaster, Gary Cooper, Gregory Peck. Con los ojos fuera de las órbitas vi al "Grupo Salvaje" perecer en un holocausto de plomo, viejos desplazados que no podían pensar más allá de sus armas. Y sobre todo, vi la figura del que se convertitía en mi mayor heroe: Clint Eastwood. Porque era guai. Y porque siempre sabía lo que estaba haciendo.
Desde el momento en que le vi revestido con el poncho, disparando a 3, perdón, a 4 desgraciados al principio de "Por un puñado de dólares", supe que estaba viendo algo nuevo. Había una gran diferencia, un sentido de distanciamiento, de cinismo autosuficiente. Me sentí cómodo con el mundo salvaje en el que el extraño vivía, y a través de todos los estrenos y tiroteos de la trilogía del Dolar, tal vez fuera ése el primer paso hacia la captación de la realidad de la frontera. Desde el tranquilo granjero obligado a vengarse de "El fuera de la ley", hasta el asesino implacable de "Sin perdón", Clint Eastwood nos muestra un Viejo Oeste que, si lo negáramos, seríamos a un tiempo tontos y deshonestos.
Fué "Sin perdón" en realidad, la que me llevó a la creación de la historia que estás a punto de leer. Algo en la película me tocó como nada que hubiera visto antes. Me tocó, Dios, me clavó al puto asiento! La historia de un hombre que intentó, e intentó negar su verdadera naturaleza, que por fin sucumbía a la oscuridad interior, condenándose por completo. Los últimos 20 minutos, culminando en las amenazas desgarradas y llenas de odio de William Munny a la ciudad, las barras y estrellas ondeando a su espalda en la lluvia, no eran sino apocalípticas. Era trágico, invencible, terrorífico: Clint Eastwood como el Ángel de la Muerte."
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