jueves, septiembre 08, 2005

Cap 1. Roberto, el guardián de la torre.



Bolonia es la ciudad de las tres T: torres, tortellini y tetas. O por lo menos eso reza una postal de esas baratas de kiosko, que son mejores que las de tienda turística siempre, con su representación magnífica de los orgullos locales. El símbolo de la ciudad son un par de enormes torres inclinadas, una mucho más larga que la otra, que se levantaron en la edad media y cuya altura representaba el poder y el dinero de quien las construía. Las torres de Bolonia son austeras, como sus tortellini... y no sigan preguntando. 100 metros y 500 escalones todo para arriba, sin ornamentos externos ni internos. Pura piedra con poquitas ventanas y mucha altura. Subimos a mi pesar la torre alta y, sorprendentemente, había parejas dándose achuchones en lo más alto.

Cuando bajamos, con la cámara en mano, se nos ocurrió que Roberto, el guardián de la torre e italiano de pro, podría ser un buen anfitrión. En cuanto nos vio, colgó el telefonino por el que hablaba y se prestó a lo que gustásemos con la cámara encendida. Nos llevó a una de las terrazas de la torre grande, donde se veía la pequeña de fondo, y como un profesional nos hizo dos preguntas para meterse en el papel. Roberto es un tipo de unos treinta y bastantes, moreno brillante, pelo engominado, camisa abierta y oro en el pecho. Masca chicle con aire chuleta pero sin ser repugnante, y es muy simpático. Un simpático profesional, casi. Antes de empezar, se colocó un poco el pelo y se quiso abrochar uno de los botones con un gesto “estamos en la tele”. En seguida le dije que por favor, que no tenía que abrocharse nada que era para una programación muy joven, así que su intervención procurase que fuese suelta y personal. Nos contó que eso de que las torres eran símbolo de poderío: “antes se medía con la altura, ahora se mide con la longitud”, dijo marcando con las manos un tamaño considerable de lo que todos estamos pensando.

Roberto fue amable, gracioso y enrollado. Yo me lo llevaba por Bolonia de guía, pero tenía que trabajar vendiendo entradas y contando historias de la torre. Si quieren un tópico de los italianos, Roberto los tenía todos.

Antes de irnos le preguntamos si la torre era de su familia o algo así. “Era de mis antepasados, la heredé y la vendí... ¡¡para irme a Ibiza a estar todo el día tomando el sol!!”.

Por El Gran Mimón.